Hacía cola en la puerta del comedor social de las Hijas de la Caridad, esperando tener un poco de suerte y que las raciones no se acabaran antes de que llegara su turno, como le sucedía de vez en cuando. Toda su vida había estado llena de orden, con familia y buen trabajo, pero todo esto se había esfumado sin darse cuenta. No quería ni acordarse de los motivos que le habían llevado hasta esa situación, pero estaba convencido de que la vida le estaba dando una lección.
Al principio se sentía como "momia sin sarcófago", todo el día deambulando de acá para allá, acompañado de todas sus posesiones, que cabían en un viejo carro de la compra, pero según pasaba el tiempo, esa lección de vida le había proporcionado una libertad jamás imaginada, lejos de trajes, corbatas, horarios, apariencias y reverencias, y cada día se sentía más a gusto.
Estaba a punto de su entrada al comedor, cuando se percató de que, una mujer, con un niño en los brazos, miraba con angustia la cantidad de gente que estaba esperando para entrar, sabiendo, de antemano, que ese día no comerían. La hizo un gesto con la mano para que se acercase, y en cuanto la tuvo a su lado le dijo: " pase usted señora, le cedo mi sitio, yo ya comí ayer", y metiéndose la mano en el bolsillo de su pantalón saco un billete de lotería que le habían regalado aquella mañana y se lo ofreció a la mujer diciéndole: "y esto para usted, no vaya a ser que tenga la mala suerte de que me toque".
--lindoooooo bjs de portugal
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